(Una breve historia que refleja como “las creencias limitantes” condicionan nuestra forma de vivir, la Bioneuroemoción nos aporta respuestas importantes para transformar esos bloqueos y poder construir una realidad diferente)
Helena parecía dormir, yacía sumida en ese sueño profundo del que nunca se habrá de despertar, el sonido del monitor de signos vitales era lo único que se escuchaba, el silencio y las flores inundaban todo el cuarto; sin embargo ella estaba sola, completamente sola, tal como lo decidió, tal como fue eligiendo vivir la vida; alguna de las pocas amigas que había conservado a lo largo de sus 54 años entrábamos de cuando en cuando a hacerle compañía, ya sólo esperábamos el momento, la belleza de aquella mujer imponente se mantenía intacta, con un cuerpo sumamente armónico que nunca se había deteriorado víctima de la maternidad, seguía exhibiendo unas sensuales curvas, sus afiladas facciones aun se dejaban ver y aunque en su rostro podía advertirse un gesto de tristeza o quizá de dolorosa melancolía, seguía siendo la Helena de siempre.
Tal vez aquel gesto era la protesta frente a la muerte que la había sorprendido demasiado pronto, tenía tantos planes, aun seguía en esa incesante búsqueda de triunfo, de la nueva aventura o quizá de una pareja que ahora si fuera lo que ella tanto había deseado; no tuvo tiempo de advertir que había muchos hombres que la admiraban, que deseaban caminar a su lado y construir algo, “ya se me ha ido el tren” solía decir y simplemente seguía adelante, brincando de una cama a otra, de un amorío a otro, convencida de que ninguno se quedaría, segura que detrás de cualquier fachada se escondían otros motivos distintos a los que demostraban, desconfiada hasta la médula, se aseguraba de encontrarles todos los defectos, todos los pretextos, mas bien, para no quedarse ella.
Salió de casa a los 19 años y comenzó a abrirse camino en el mundo del periodismo, fue corresponsal de guerra y estuvo en las escenas mas escalofriantes que cualquier ser humano sensato pueda imaginar, ganó a los 32 años un premio Pulitzer, no obstante nadie comprendía su necesidad de vivir al máximo, como si no pudiera aferrarse a nada, ni a nadie, simplemente tenía que ir por más y más; estuvo en zonas devastadas por bombardeos, estuvo secuestrada en Sudamérica por la guerrilla y alguna vez la rozó en el hombro una bala perdida, pero pese a los consejos de que se le estaba yendo la vida para nada, siguió adelante y fue de un sitio a otro conociendo muchos lugares y a muchos hombres.
Siempre decía que no necesitaba nada, no quería tener ni siquiera un perro, era ciudadana del mundo, hija de nadie y mucho menos propiedad de alguien, su argumento constante “no sé donde estaré mañana” Aunque ahora era mas serena y más reflexiva, seguía cubierta con el mismo disfraz de aventurera desconfiada.
Sólo una vez se enamoró, era muy joven entonces, inexperta y crédula, con gran necesidad de admirar a alguien y deseosa de ser vista encontró en el editor del modesto periódico donde por fin había conseguido un empleo decente; al hombre que creyó estaría siempre para ella; aun estaba lejos de conseguir lo que buscaba, quería destacar, encarar el peligro en la escena y vivir la acción, pero ese era un buen comienzo, no era muy bonita, pero si intensa, con los pies bien plantados en el suelo, se distinguía por la agilidad de su mente y su habilidad para ver lo que otros descartaban por considerar insípido, un combo de extraña belleza que le abrió infinidad de puertas y posibilidades y se entregó a una pasión que al principio fue tan intensa como las mismas escenas de guerra donde se fue fogueando, se sentía en el paraíso, cada palabra, cada instrucción de aquel hombre maduro y con gran experiencia sonaban como campanas celestiales en sus oídos, no cuestionaba nada, simplemente se entregó anonada ante aquel hombre que al igual que ella no se aferraba de nada, ni de nadie y, sin darse cuenta, dejó crecer una relación que la dejaría hecha pedazos, en un parpadeo descubrió que su corazón había sido víctima del más brutal atentado.
Después de aquella ruptura, en la que no hubieron lagrimas, ni reclamos, tomó sus cosas y siguió su camino, ya tenía algo de trayectoria, así que no fue difícil encontrar un nuevo empleo, no se permitió un sólo minuto para llorar, derrumbarse nunca fue una opción, había que seguir adelante y confiaba en que había aprendido bien la lección “si cometes el mismo error dos veces, no es un error, es un hábito” repetía constantemente esa frase, era implacable consigo misma, realista y directa; dotada de una autoconfianza que la volvía en ocasiones insolente y arrogante; de un autocontrol que era envidiable, sólo exhibía agresividad en su actuar pero nunca un quebranto que denotara su sensibilidad, manejaba las explosiones de ira ajena con tal serenidad que era perfecta para estar en cualquier situación que requiriera sangre fría y valor; sus atributos convertían a Helena en una mujer extraordinariamente seductora, deseada por muchos hombres y envidiada por muchas mujeres que se hacían pequeñas cuando estaban cerca de ella, fuerte, segura y resuelta a conseguir lo que buscaba, pasó encima de muchos; sin embargo, eso ya no era importante, su corazón completamente cerrado, no exhibió dolor, ni pena por nadie y así fue enamorando a todos los hombres que se le acercaban, su coraza era impenetrable y conforme maduraba se volvía mas desparpajada y hasta cínica, tenía reconocimiento, vivía como le daba la gana y hacía lo que le daba la gana, infinidad de veces la miré intentando descifrar su alma, que pareciera sólo me compartió en ocasiones muy puntuales.
Era yo su amiga más cercana y al parecer la única persona en la que confiaba, así que siempre fui muy cuidadosa de nuestra relación, en algunos momentos llegó a pedirme consejo y pude ver un atisbo de dolor y de confusión, pero eso duraba poco, tras el instante de flaqueza se reía a carcajadas, diciendo “necesito papel y lápiz para contabilizar a todos los que me he cogido” era fácil entrar en su cama, casi imposible entrar en su vida o en su corazón, celosa y reservada, nunca compartía sus asuntos con nadie que no fuera cercano, así como era extraordinaria para cazar la noticia, así también olía a kilómetros a los chismosos, que odiaba; confiable y leal, siempre me sentí completamente segura cuando estaba a su lado, lo mismo podía compartirle una bobada que la más dolorosa situación y sabía que me escucharía concienzudamente, rascando hasta en el más mínimo detalle para encontrar la solución o repuesta.
Era un placer convivir con ella, disfrutaba intensamente desde una copa de vino hasta el más selecto de los manjares, tenía un sentido de la estética y de la elegancia tan desarrollado que se podía estar junto a Helena en cualquier situación y estar seguro de que su actuar sería impresionante; despreocupada cuando estaba en la zona de conflicto podía olvidarse de si misma, de la hora de comer, de bañarse e incluso de dormir; despampanante y distinguida cuando se trataba de un evento social.
Helena me infundió valor para enfrentar las situaciones más difíciles parecía estar acostumbrada a vivir en guerra, en completa austeridad y a la vez demostraba que cualquiera merecía el mundo entero, poseía fama y fortuna y aunque vivía en un pequeño apartamento, la elegancia del espacio era alucinante, sólo lo mejor se servía en su mesa, no bebía cualquier cosa y mucho menos se permitía decir banalidades, todo estaba calculado, sus gestos, su andar, sus afirmaciones; más aquel terrible día la vi por primera vez descomponerse, ya hacía tiempo que se quejaba de un dolor extraño en el costado derecho, cerca del estómago, al principio pensó que era colitis nerviosa o que la vida le estaba pasando la factura de todos sus excesos, sin embargo, lo dejó pasar, hasta que a rastras la convencí de ir al médico, cuando se confirmaron las sospechas, sólo la vi palidecer, no lloró, permaneció en silencio por un momento, tenía cáncer en el páncreas, no había nada que hacer, simplemente esperar por el desenlace.
Salimos del consultorio médico y me exigió hasta jurarle que no hablaría una sola palabra con nadie, que debía callarme y acompañarla en esta última misión como lo había hecho siempre, la miré con cierto enojo, porqué me estaba exigiendo eso, porqué me hacía portadora de tan difícil y doloroso secreto, sin embargo, acepté, cuando una frágil lágrima escurrió por mis mejillas, me miro resuelta y me dijo “no llores, he vivido al máximo, no me arrepiento de nada, quizá sólo me hubiera gustado volver a amar a alguien, pero ya vez, no llegará, lo sé hace tiempo” tomó mi mano y dijo “gracias por estar a mi lado, te quiero mucho” me quedé muda conteniendo el llanto y a partir de ese momento comenzó a vivir la vida al máximo, como solo ella sabía hacerlo.
Comenzaron las fiestas y las tertulias en su casa, hablaba de las grandes personalidades y de los famosos que a lo largo de su trayectoria había conocido, nos contaba de los grandes escritores, de los periodistas con los que se había sentado a convivir tantas veces, nos compartió una y otra vez sus aventuras con terroristas, guerrilleros y rebeldes, nos habló de sus pasiones secretas y a veces de sus más horribles pesadillas cuando estaba en las zonas de guerra; nos contó como despertaba aterrada cuando escuchaba los estallidos de las bombas cerca, de las ocasiones en que por ser mujer se vio en mas peligro que cualquiera y nos describió detalladamente como usó sus encantos e inteligencia para salir bien librada; yo la miraba con admiración, estaba más llena de vida que nunca, pero se estaba consumiendo, nunca lloró, nunca mostró miedo y jamás volvió a quejarse del dolor.
Durante las mañanas iba haciendo los arreglos para el momento final, escribió cartas de despedida, en muy pocas explicaba lo que le había sucedido, simplemente mostraba su agradecimiento por haber transitado por su vida, dejó explicado a detalle como debía ser su funeral, me explicó varias veces lo que deseaba para ese evento, yo la miraba y sólo podía asentir, pues las lagrimas comenzaba a aglutinarse en mi garganta; una emotividad particular comenzaba a aflorar, era tan auténtica, tan genuina, tan transparente que por primera vez me dejó ver su pavor a que la abandonaran, su genuina convicción de no ser merecedora de un amor real y sus creencias acerca de la soledad y la vida “no regrets, lo que no es para ti, nunca llega” me repitió “quizá no me merecía ser amada así”
La vi consumirse lenta y silenciosamente, ya tenía firmada su carta de voluntad anticipada, indicó que no hubieran cuidados extraordinarios, sólo pidió ser sedada cuando se acercara el final, temblé cuando la vi firmar cada papel, estaba tan serena, tan en paz y yo, rota y confundida, mi amiga entrañable se estaba apagando y no había remedio, llegué a casa y lloré desconsolada, necesitaba tomar fuerza y aliento para seguirla acompañando, pedí vacaciones en la empresa y me dediqué en cuerpo y alma a compartir sus últimos días, que transcurrieron a una velocidad vertiginosa, parecía que tras haber recibido el diagnóstico, se abrió la caja de Pandora y todo comenzó a suceder como en cámara rápida, se fue apagando y así levanté el teléfono para pedir una ambulancia, justo como habíamos acordado.
En el camino final hacia el hospital, me repitió, quiero música, asegúrate de que haya vino y comida en el funeral, “no quiero lagrimas, cada vez que quieras llorar, recuerda que viví al máximo” no pude más que guardar silencio y apretar su mano, no tenía claro si ella me sostenía a mi o yo a ella, el momento era estremecedor; entramos en el hospital y todo estaba listo, un cuarto sobrio, con mucha luz y bien ventilado, sin decir una sola palabra comenzó a colocarse la bata del hospital, no llevaba mas nada que unas sandalias, me entregó la maleta con su ropa y me dijo “confío en que sabrás que hacer con las cosas, gracias por estar conmigo”
Hice un par de llamadas y comenzaron a llegar las personas que yo consideré eran las más cercanas, no me reprochó nada, parecía que en el fondo agradecía la oportunidad de despedirse, no obstante sólo permitió que yo estuviera en el último instante antes de caer en ese sueño del que sabíamos, no despertaría, la conectaron al monitor e hicieron los preparativos para la analgesia y sedación, tomó mi mano, ya no pude contener las lágrimas y comencé a llorar, le dije “lloro por mí, me harás mucha falta, te quiero” me miró con compasión y cerró los ojos; lloré desconsolada, por primera vez desbordada, la abracé y súbitamente fui interrumpida, comenzaron a llegar ramos inmensos de flores, la mayoría rosas rojas; al principio no me atreví a ver las tarjetas.
Fueron pasando las horas y Helena continuaba en ese sueño profundo y placido, las flores seguían llegando y ya no pude resistir más, fui abriendo las tarjetas para saber a quien tendría que avisar cuando finalmente el monitor se detuviera, menuda sorpresa lo que descubrí, casi todas las tarjetas decían lo mismo; cada uno de los hombres que habían pasado por su vida, habían quedado marcados, sin embargo, entre todas las tarjetas había una que llamó mi atención.
Decía “si hubieras entendido que merecías ser amada y cuidada como el más preciado tesoro, quizá nunca te hubieras ido, te amaré por siempre” no tenía nombre, sólo una inicial, el impacto me dejó paralizada, un escalofrío me recorrió el cuerpo y por primera vez me atreví a reconocer que aquella gran mujer tenía tanto miedo de ser amada, tenía tanto miedo de confiar, que se dedicó a conquistar el mundo y lo logró, pero estaba muriendo sola, profundamente convencida de que nunca mereció ser amada de verdad…