Verónica Mancilla

(Cuento extraído de una regresión, se omiten los detalles de limpieza de vínculos).


Claramente podía escuchar el ritmo de los tambores, sabía que anunciaban el inicio del ritual que decidiría mi destino, separé la rendija por donde habitualmente miraba hacia el exterior y pude advertir a cinco guerreros preparados para la contienda, sólo alguna vez desde la distancia, agazapada en alguno de mis escondites había visto a uno de ellos, los otros cuatro me resultaban completamente desconocidos, tenía 16 años y lo que conocía del exterior lo había descubierto a hurtadillas cuando lograba escapar, no es que fuera prisionera aunque así me sentía, simplemente era la hija del jefe de la tribu, una especie de princesa a la que sólo podían ver otras mujeres, todas mis sirvientas, estaba destinada a aquel hombre que demostrara ser merecedor de semejante distinción, no entendía porqué no se me permitía ir al exterior y aunque conocía bien la aldea y los alrededores, era un secreto, no temía huir pues siempre me acompañaba mi pantera, mi fiel compañero, habíamos crecido juntas, huérfanas, solitarias e incomprendidas, todo mi afecto le pertenecía, no así a mi padre que era mi única familia.


Entre las rendijas, pude escuchar que el desafío que desembocaría en mi matrimonio con uno de ellos duraría 4 lunas, tenían que sobrevivir y traer vivo a un jabalí que sería parte del festín de boda, en mi interior la idea de que ganara la contienda aquel joven, era lo único que me daba esperanza y me permitía obedecer sin cuestionar los designios de mi duro padre, permanecí en silencio prestando atención a todo cuanto se escuchaba, el sonido de los tambores solía embelesarme, sin embargo, mi sorpresa sería mayúscula cuando lo escuché hablando con su consejero, la petición que no era otra cosa que una orden que me resultaba insólita, el joven que era parte de nuestra tribu, debía morir, sentí una extraña mescolanza de emociones, por un lado una profunda decepción, pues hasta ese día yo pensaba que mi padre era justo y honesto, por otro, sentí un intenso deseo venganza mezclado con un enorme temor, miles de dudas se amontonaban en mi cabeza, no alcanzaba a comprender semejante petición, él era el más joven, el más apto, el que evidentemente ganaría, con el que si desearía casarme ¿porqué matarlo?


Esperé a que oscureciera y hui como muchas otras veces lo había hecho, me interné en lo profundo de la selva y fui en su búsqueda, mi instinto y el de mi fiel me compañera me permitieron encontrar rápidamente el rastro, me llevaba poca ventaja y sabía que lo encontraría antes del amanecer, así fue, cuando estuvimos frente a frente él tan solo me miró, por un momento creo pensó que era una visión, aun sofocada por el esfuerzo le expliqué que debía ponerse a salvo, que antes de la cuarta luna sería asesinado, no me creyó, mirándome a los ojos simplemente dijo, ¡mientes, mientes! tu padre jamás haría eso, le supliqué, le exigí, pero no me creyó, simplemente me dio la espalda y siguió su camino, intenté detenerlo pero fue en vano, el cansancio me venció y trepada en un árbol me quedé dormida hasta que salió el sol, el intenso calor me hizo despertar sudorosa y sobresaltada, debía apresurarme antes de que descubrieran mi ausencia, mientras corría la maleza se empeñaba en despertar mi ira al ir rasgando mi piel desnuda, estaba resuelta a vengarme, subida en el lomo de mi amado animal intenté ir más rápido, pero notaba su fatiga y su callado dolor, así que a pie seguimos la marcha hasta llegar a la aldea, nadie había notado mi ausencia y aunque mis sirvientas estoy segura que lo sabían, jamás me delataron, sólo guardaban silencio y me miraban incluso con pena.


Mi expresión siempre era adusta, ya había olvidado la última vez que entre los brazos de mi madre sonreí, había pasado mucho tiempo desde que su partida me dejó desolada y abandonada, nuevamente miré por las rendijas, mi cabeza no se detenía ni un instante, ¿qué debía hacer, a dónde ir, con quién hablar? la miraba y sus ojos profundos parecían entender mi angustia, a solas lloraba y clamaba a los dioses una señal, al anochecer nuevamente escapé, me dirigí a los confines de la aldea a buscar a la curandera que mi padre tanto abominaba, ella sabría que hacer, enclavada ya en la selva estaba su choza, cuando entré descubrí un sitio estremecedor, sucio y desordenado, ella parecía una bruja, su piel lucía aun más negra entre sus largos cabellos blancos y su enorme cuerpo, mi delgadez era un insulto a su gordura, me miró con incredulidad y cierto aire de satisfacción, sabía quien era yo y simplemente sonrió triunfante, me preguntó la razón de mi presencia y sin dudarlo le dije que necesitaba algo para matar a mi padre y al guerrero que resultara ganador, se echó a reír, sus carcajadas me atemorizaron y vi al animal presto a atacarla, lo contuve y mirándola resuelta insistí, no podía demostrarle miedo, me respondió que tendría que pagar el precio, altanera me repitió que nada en la vida se consigue gratis, afirmé estar dispuesta a cualquier cosa, le daría cuanto pidiera, mentí, pero no iba a detenerme había llegado demasiado lejos; se movió con dificultad y comenzó a mezclar hierbas mientras me aseguraba que nadie notaría que los había envenenado, el brebaje era poderoso e infalible, una vez que hubo terminado me miró y volvió a preguntar si estaba dispuesta a pagar por sus servicios, nuevamente asentí y tomé el veneno entre mis manos, mirándola desafiante a los ojos le pregunté ¿qué quieres a cambio? Riéndose a carcajadas respondió ¡lo que tu más quieres, lo que tu más quieres! en ese instante lo supe y con furia le respondí que jamás le daría a mi pantera.


Comenzamos a discutir acaloradamente, la pantera se retorcía furiosa esperando mi orden de atacarla, no era opción, tenía que resolverlo sola, la curandera me insultaba y profería toda clase de maldiciones, moviéndose con dificultad intentó sostenerme de ambas manos pero no se lo permití, tomé una piedra y la azoté contra su cabeza ¡no quería matarla! pero era la única forma de escapar de ahí, salí corriendo, dejé su cuerpo inerte tendido en el suelo, sabía que nadie se preocuparía por su ausencia pues pocos se aventuraban a buscarla y mucho menos a desafiarla, el corazón me latía a gran velocidad, sentía la adrenalina corriendo por mis venas, un cierto arrepentimiento me corroía el corazón pero no estaba dispuesta a pagar ese precio, cuando volví a mi choza aun estaba oscuro, intenté dormir pero la imagen y sus maldiciones me atormentaban, cerré los ojos y traté de evocar la imagen cada vez más difusa de mi madre, lloré y le pedí ayuda, me sentía atrapada y temerosa, “no recibí respuesta” entre sollozos me sorprendió el amanecer, mi fiel amigo no se separaba ni un instante de mi, me miraba como si pudiera sentir mi dolor, estrechaba su enorme cuerpo contra el mío y en momentos parecía un dócil gato negro jugueteando.


Mi silencio no sorprendía a nadie, mucho a menos a mi padre a quien solo podía ver, cuando ordenaba mi presencia en su choza, ese día no fue diferente, me mandó llamar y me dijo que el guerrero de nuestro tribu no había sobrevivido, que el triunfador había vuelto, cuatro lunas, la consigna se había cumplido, nos casaríamos al amanecer y con ello se garantizaría la continuación de nuestro linaje, me exigió demostrar obediencia y alegría, me dijo que debía sentirme orgullosa, que pocos alcanzan tal fortuna, que ahora yo sería la esposa del mejor y más respetable guerrero, lo miré con desprecio, sabía que mentía, que todo era un engaño, pero seguía sin descifrar el porqué, permanecí en silencio conteniendo el llanto, las lagrimas se agolpaban en mi garganta y sentía como lentamente iban ahogándose en mi pecho, el dolor se hacía tan profundo como mi soledad, en mi interior una idea empezaba a cobrar fuerza, “no le pertenezco a nadie, no le pertenezco a nadie” deseaba gritárselo, restregárselo en la cara, no me atreví, me retiré haciendo las debidas reverencias y aunque sentía ganas de vomitar regresé a mi choza, ordené a mis sirvientas que se fueran y lloré en silencio largo rato.


Estaba furiosa con él, con la vida, con mi madre, pero mucho más conmigo misma, me reprochaba mi cobardía, mi falta de valor, mi sumisión, ni siquiera me atrevía a pensar en escapar no tenía a donde ir, busqué el veneno y comencé a idear la manera de usarlo, lo haría durante el festín, nadie podría descubrirme, sólo así sería libre, limpié mi rostro y esperé paciente a que una a una entraran en mi choza para ataviarme, traían plumas, pigmentos rojos y toda clase de esencias, vi como aquellas sirvientas lavaban mi cuerpo y lo ungían con esencias, mi piel negra tomó un brillo especial con los rojos pigmentos con los que iban dibujando una bella obra de arte, me pintaron la cara, los brazos, mis desnudos senos y todo mi talle, tendida sobre el suelo acepté calladamente sintiendo la tristeza recorrer mi alma al ritmo de los trazos, comenzaron a pintar mis piernas, cada línea conformaba un detalle que simbolizaba algo, a mis ancestros, el credo de mi tribu, mi linaje, las batallas ganadas contra otras tribus, completamente ausente sólo observaba la escena.


El ritual duró varias horas entonaban canticos y alabanzas, la posición me resultaba francamente incómoda pero debía mostrar alegría y satisfacción, inmóvil y estupefacta observé entrar al consejero de mi padre, yacía en el suelo con el cuerpo desnudo y las piernas entreabiertas, mi sexo estaba expuesto ante sus ojos pero no pude emitir una sola palabra, simplemente se acercó, arrodillándose cerca de mi dijo algunas frases extrañas para luego introducir sus dedos en mis entrañas, el dolor fue desgarrador, el grito se quedó ahogado en mi garganta, todas las demás doncellas miraban complacidas, había superado la prueba, mi virginidad estaba demostrada, quería llorar, aullar de dolor, en ese momento deseaba desvanecerme, desaparecer, me sentí humillada, confundida ¿porqué no podía sentir alegría? eran los designios de los dioses, nacer en mi condición era algo especial reservado para algunos pocos ¿se habrían equivocado? Tanta soledad, tanto aislamiento, tanta sumisión y restricciones ¿cómo podría ser feliz alguien con eso?


Comenzaba a amanecer, nuevamente los tambores sonaban y su rítmico clamor me tranquilizaba, ya estaba decidida, aceptaría mi destino, “los dioses designaron esto para mí” era la primera vez que la gente de la tribu me veía, danzaban orgullosos y sus canticos eran entonados con alegría, mi padre me miraba severo como siempre, pero profundamente orgulloso, lucía hermosa, la finura de mis facciones se destacaba con mi atuendo nupcial que era una verdadera obra de arte, era tan diferente a las demás mujeres de la aldea, delgada, con los senos tan firmes como rocas, con un cuerpo atlético y bien formado, todos me miraban cual si fuera una diosa, caminé lentamente hacia el altar hasta quedar parada junto a aquel guerrero que nunca antes había visto, era mucho mayor que yo, sin embargo era un hombre fuerte y con gran garbo, lo miré de reojo tímidamente, incómoda, pero sumisa y obediente.


Comenzó la ceremonia y yo ni siquiera escuchaba, estaba petrificada, clavada en el suelo, sintiendo la tensión en cada uno de mis músculos, en mi mandíbula, intentaba sonreír más seguramente sólo conseguí hacer una mueca, el gran sacerdote hablaba y cantaba blandiendo su cayado en el aire, todo era algarabía, por fin levanté la vista y pude advertir que en aquella fiesta había mucha gente de otra tribu, finalmente comprendía la razón de mi unión, mi padre buscaba consolidar una alianza con otra tribu, seríamos más fuertes, más temibles y respetados, la claridad abrió paso al pánico cuando empezaron a desfilar con grandes ofrendas, pieles de animales salvajes, adornos confeccionados con sus extremidades, el horror me recorrió el cuerpo mientras el latido de mi corazón desacompasado me hacía temblar incontenible, no sólo eran un pueblo guerrero, fiero y mucho más salvaje que el mío que sólo cazaba para comer, ellos habían hecho de esto un ritual sagrado del que se sentían orgullosos, no profesaban ningún respeto por la vida de las demás criaturas como lo hacíamos nosotros, inmediatamente vino su imagen a mi mente, ella estaba en peligro ¿cómo podrían entender el inmenso respeto y amor que sentía por aquel majestuoso animal que me había acompañado prácticamente toda mi vida? mecánicamente atendí a la ceremonia deseando que concluyera pronto, tenía la esperanza de volver a mi choza donde me sentía a salvo, donde podía estar alejada de la maldad del mundo, como nunca antes rogaba que los tambores cesaran.


Pasado un rato mi padre se retiró con su consejero, el festín proseguía y todos celebraban excepto yo, era extraño estar mezclada entre tanta gente desconocida, pretendiendo, fingiendo una alegría que no sentía, sólo pensaba en regresar a su lado, mi enorme pantera no era otra cosa que un manso animal fiel y leal, apareció un sirviente y me ordenó ir hacia la choza donde estaba mi padre, apresurada me levanté y después de reverenciar al que ahora era mi marido me retiré; todos los hombres importantes de la aldea rodeaban al gran jefe de la tribu, ese hombre que me resultaba tan lejano y atemorizante era mi padre, sus palabras retumbaron cual golpe seco contra mi cabeza, al terminar la ceremonia debía partir a ocupar mi lugar en la otra tribu, debía dejar a mi pantera, lo miré desconsolada intentando no llorar, sabía lo que provocarían mis lagrimas pero no pude contenerme, me arrodillé ante él y comencé a suplicar a implorarle clemencia, no podía dejarla, moriría sin mí o lo que es peor, la matarían, balbuceé, no podía articular palabra, sólo repetía “eso no, eso no” su rostro se tornó aún más severo y me ordenó levantarme ¡alguien como tú, jamás se humilla, si quieres honrar nuestro linaje y ser la gran princesa de otra tribu, debes aprender a ser fuerte a no llorar, a enfrentar cualquier obstáculo y a sacrificar lo que sea necesario! mis lagrimas se secaron enseguida, avergonzada me levanté e hice una reverencia, mi corazón estaba hecho mil pedazos, ya no creía en nada, ni confiaba en nadie.


Con pasos muy lentos atribulada y resentida regresé a mi choza, ahí estaba ella, daba vueltas sin cesar, me miraba como si sospechara que el destino nos deparaba un cruel final, tomé su cara y mirando sus profundos ojos recordé el día en que llegó a mi vida, tenía sólo 5 años, estaba tendida en el suelo llorando la muerte de mi madre que había sido asesinada por otra pantera igual a ella, gemía y gritaba pidiendo que regresara mi madre, entró él, mucho más joven pero igual de duro de impasible, inamovible me reprendió “no llores, alguien como tú, no debe llorar nunca, es indigno, es sinónimo de debilidad y cobardía, no me avergüences” no entendí nada, sólo deseaba sentir los brazos de mi madre, ver su rostro, que me besara de nuevo y a cambio recibí a un cachorro que mi padre balanceaba en el aire bruscamente, ya había vengado la muerte de su esposa y en el lugar descubrió al cachorro, su madre era la asesina de la mía, confundida, triste y enojada le di una patada y volví a donde sería mi refugio permanente, simplemente me siguió, ya en mi choza no hice más que ignorarla y llorar hasta quedarme dormida, solo estábamos ella y yo, al abrir los ojos la descubrí recostada muy cerquita de mí, temerosa y tan asustada como yo, éramos dos huérfanas, dos víctimas ¡sólo eso! la abracé y nunca más volvimos a separarnos.


Mientras recordaba esto podía experimentar la profunda conexión que existía entre nosotros, me comprendía, sabía de mi dolor y también lo sentía, la miré por largo rato, acariciaba todo su cuerpo que confiado se relajaba con mis caricias, lloré desconsolada, le pedí perdón una y otra vez, mis manos temblaban, me estremecía intentando encontrar el valor, no teníamos salida, me incorporé para tomar el veneno y el cuchillo que escondía, nuevamente volví a abrazarla y aunque la advertí nerviosa, confiaba en mí aunque yo fuera a traicionarla, sentí vergüenza pero no dudé, cuando estuvo relajada y quieta, hundí el puñal en lo más profundo de su garganta sintiendo como yo moría junto con ella, tendidas en el suelo abrí el veneno y lo bebí hasta el final, ya nada importaba, de cualquier forma, yo ya estaba muerta.

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